viernes, 5 de marzo de 2010

Empezar

¿Cuántos gritos puedes pegar en un minuto? ¿Cuántos saltos alrededor del jardín? ¿Y abrazos, golpes a la pared, silbidos, chillidos, compases, lágrimas, besos, pedaleos...? No me paré a contarlos en ese momento.

Tengo un motivo sólido, un clavo al que agarrarme en lo inmenso que es el mar de la cotidianidad. Una de esas oportunidades extrañas, que parecen llegar ocultas entre otras cosas que parecen mucho más importantes, pero en cuanto esto pasa, te percatas (o pasas a considerarlas) poco más que banalidades que vienen de fábrica.

Quizá todo esto sea un poco abstracto. Quizá sería mucho más sencillo y aclaratorio utilizar una de esas frases precocinadas y paridas por los (intangibles, inexpugnables, enormes, lejanos, imposibles!) americanos, tipo: Este es el primer día del resto de tu vida.

Un año, un año viviendo en otro país, con otra familia, con otra lengua. Una experiencia que marca, algo que nunca había aspirado a plantearme seriamente: irme a vivir un año, sin el acogedor, cálido abrigo que son papá y mamá, a los mismísimos Estados Unidos, en un instituto americano, en una casa americana. American way of life, maybe?. No lo sé. Solo sé que será un tópico, será ridículo, de culebrón, de garrafón, pero es así.

Es el primer día del resto de mi vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario