martes, 23 de marzo de 2010

A morriña dos amorodos (Parte 1)

Bajaba el sol algo renuente por aquella tarde seca de Agosto, cuando, sentadas en la terraza de piedra, Paola le preguntaría por última vez a su abuela si podían ir a coger amorodos silvestres de los que crecían al lado de los maceteros (curiosamente vacíos y repletos de polvo y tierra) tras el ciruelo viejo, cerca del muro trasero del jardín.
Su abuela la miró desde sus gafas de montura de la década de los ochenta, con sus arrugas pequeñitas, marcadas, que formaban valles eclécticos alrededor de sus ojos emorronados por el cristal antiguo:

-¡Ay! Cómo me gustaría, pero el abuelo se compró hace poco una máquina de esas para desbrozar el jardín y ¡vaya por Dios! él empezó a segar y segar que no dejó ni un sólo arbusto. Ya no hay fresones...ni se dio cuenta. Pero mira que lo pasábamos bien cogiendo amorodos, ¿Eh? ¡Amorodos como esos no lo había en cualquier lado! ¿Te acuerdas de cuando érais pequeños, Eviña...?

Paola la miró con una sonrisa inocua, dándose cuenta de que la miraba esperando un reconocimiento o un elogio a todos aquellos días bajo la sombra alargada de las maceiras, cuando ella aún se subía con una escalera y un gigantesco armatoste ,consistente en la compleja simpleza de una caña pulida con una cesta en un extremo a recoger la fruta real, verde y dura, quizá un poco picoteada por los gorriones, pero real, fruta auténtica, es fruta imperfecta y plagada de defectos, ácida, sabrosa, carnal, en la que algún gusano había agujereado el envoltorio virginal; y de que había vuelto a confundirla con su hermana mayor.

-Si, de algo me acuerdo...¡Pero ya pasaron muchos años!-se rio, desencajándose de manera superficial, solo dándose cuenta en algún nivel de lo casi inconsciente de que acababa de enmarañarse consigo misma en la contradicción de los recuerdos de la superada infancia, que en realidad, tal vez por vergüenza, no quería recuperar, pero que había expulsado a la superficie en un inesperado arrebato de memoria.

-Nosotros ya casi no nos damos cuenta, pero de repente, cosa de un día al otro, ya estáis todos muy crecidos-la abuela sonrió-aún parece que fue hace nada que estabas tú con los primos jugando por ahí a hacer cabañas en la huerta...y ahora tu hermana ya está en la universidad...¿Y este verano? ¿Vais a venir algún día? Ya sé que ahora sois mayores y estáis muy ocupados con vuestros amigos y esas cosas...

-Bueno-Paola, incómoda, se veía esquivando escollos irremediablemente-no sé...Este verano Lupe y yo tenemos campamento. Tendría que preguntarle a mamá...

La abuela la miró. Fue entonces cuando Paola sintió un algo extraño subiendo a pasitos por su garganta, uno de aquellos gusanos tropicales raros, que se apresuran a invadirte en los momentos más insospechados. Cuantas ganas de llorar.

La infancia, tantas veces repudiada, se les moría ahora a la abuela y a Eviña entre los brazos yermos que apenas podían ya sostenerla.








Bueno, ¿Opiniones al respecto? Tengo que decir que el texto estaba "pensado" para estar escrito en galego, of course, y que tendría que continuarlo. Por eso los nombres de los árboles y el "amorodos" ya que la abuela, siempre, hable en el idioma en el que hable (incluyo chino mandarín) dirá AMORODOS y no fresas, porque las fresas están exentas de recuerdos, amor, sabor y , especialmente, de ALMA.

2 comentarios:

  1. humilde opinión: un poco rimbombante en cuanto a adjetivos rebuscados no siempre necesarios. Por lo demás, un relato entretenido :)

    Saludos!

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  2. Es posible que tengas razón Mia!! Estoy intentando mejorar eso, pero me cuesta. Espero que poco a poco vaya avanzando y queden más pulidos, porque me imagino que debe tener una densidad un poco desesperante a veces lol.

    Gracias por comentar!

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